Muere Roland Bertin, actor gigantesco


“Quiero seguir tocando hasta el final como uno busca la embriaguez, quiero morir borracho en el teatro, borracho, borracho. Y morir en el escenario, oh sí, lo sueño. » El destino no concedió a Roland Bertin, que murió tranquilamente el 19 de febrero, a la edad de 93 años, en Pont-l’Abbé (Finisterre), en su retiro bretón donde se había refugiado durante diez años, demasiado cansado para Continúe vagando por las mesetas.

Con él, el teatro francés pierde a uno de sus más grandes actores, uno de los más singulares, en quien la alianza entre una glotonería gigantesca y una sutileza extrema formó un cóctel sin precedentes. “Roland Bertin es un actor con cada fibra de su cuerpo. Pero sobre todo es uno de los pocos que da acceso a los abismos metafísicos”dijo Patrice Chéreau de él, de quien era amigo y con quien actuó en varios espectáculos legendarios, desde Peer Gynt (1981) a Cuarteto (1985).

Como el pastelero Ragueneau en Cyrano de Bergerac –un papel que interpretó en la película de Jean-Paul Rappeneau en 1990– podría haber dicho: “Eso es porque yo también soy poeta…” De este ogro danzante, de este Pantagruel que se balancea sobre un trapecio, los amantes del teatro guardan en sus corazones muchos recuerdos imborrables, ya sea La vida de Galileode Brecht, dirigida por Antoine Vitez (1989), de su memorable Sganarelle en el Juan Juan dirigida por Jacques Lassalle (1993), a partir de sus estudios shakesperianos – Tito Andrónico, Coriolano… – o su larga amistad con la autora Nathalie Sarraute.

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Apetito por la tradición y también por la aventura.

El teatro era su reino, pero también cruzó con su presencia extraña, incómoda o dolorosa películas cuya búsqueda abrazó: Amantede Barbet Schroeder (1975), La carne de la orquídea (1975) o El hombre herido (1983), de Patrice Chéreau, Sr. Klein (1976) o La trucha (1982), de Joseph Losey. Roland Bertin tenía tanto apetito por la tradición como por la aventura, y este apetito le llegó muy temprano, después de una infancia salvaje en los pequeños caminos huecos del Morvan, en el seno de una familia de campesinos y canteros.

Nacido el 16 de noviembre de 1930, tenía 11 años cuando el teatro se le vino encima, como si fuera una obviedad: “Mi hermana mayor me llevó a ver polieucte, por Corneille, en el Odéon, y El enfermo imaginario, de Molière, en la Comédie-Française, recordó durante una reunión en 2004. Es extraño, inmediatamente me sentí como en casa. El misterio del telón rojo, primero… Y la música de las palabras. Las palabras, me sumergí en ellas, pasé mi vida con ellas…”

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