“La universidad será uno de los pilares en torno a los cuales podremos remodelar nuestra cohesión social”


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Con la publicación de su trabajo. Una historia de conflicto político (Seuil, 864 páginas, 27 euros), Julia Cagé y Thomas Piketty vinieron a recordar a quienes aún dudaban del carácter esencial del trabajo de las ciencias sociales. Al final de las 800 páginas de esta magistral historia del conflicto político, surge una observación: si la izquierda pretende recuperar el poder para cambiar la vida de la gente, debe volver a interesarse por la Francia de las ciudades. Esta propuesta no es nueva. En literatura, se materializa, entre otras, en las maravillosas novelas de Nicolas Mathieu. En política, prospera en la izquierda, particularmente en el Partido Comunista Francés, al que tengo el honor de representar en el Senado.

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En efecto, desde hace muchos años venimos pidiendo que la igualdad de derechos, consustancial al ideal republicano, sea efectiva en toda Francia: tanto en Francia como en ultramar; tanto en los barrios populares como en la periferia y las zonas rurales. Para ello, proponemos el despliegue masivo de servicios públicos humanizados. Esto se aplica a la salud, la seguridad y la educación.

Sin duda, desde esta perspectiva, la universidad, en todas sus variantes, será uno de los pilares en torno al cual podremos remodelar nuestra cohesión social. Es absolutamente necesario situar la educación superior en el centro de las políticas de planificación regional, tanto para hacer frente al aumento de la población estudiantil como para generar nuevas dinámicas sociales y económicas que no se dirigen sólo a las metrópolis.

Construyendo nuevas universidades

Lograr este imperativo político requiere la construcción de nuevas universidades y una consideración mucho mejor para nuestros docentes-investigadores. Para lograrlo, debemos romper definitivamente con el neoliberalismo ambiental, dar la espalda al ranking de Shanghai y a la ortodoxia presupuestaria – presente en el presupuesto de 2024 – que somete a nuestras universidades a la anemia y condena a nuestra juventud a la precariedad. La tarea no será sencilla, ya que nuestras élites maltratan una universidad que no conocen, en el mejor de los casos, o que desprecian, en el peor. La izquierda debe retomar esta batalla estableciendo nuevas perspectivas políticas.

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Existen contramodelos. Pude medir esto cuando escribí el informe de la misión senatorial sobre las condiciones de la vida estudiantil en Francia. Tan pronto como se les ofrece esta posibilidad, los estudiantes eligen la proximidad de un campus de tamaño familiar, que los protege de la precariedad generada por la metropolización de la oferta universitaria. Nuestras comunidades están encantadas con los muchos efectos beneficiosos generados por estas experiencias.

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