El juego de las ilusiones chirriantes del fotógrafo Jeff Wall, en Basilea


Casi veinte años después, aquí está Jeff Wall, de vuelta en Basilea, Suiza. En 2005, el canadiense, figura internacional del arte contemporáneo y virtuoso de la imagen fija, instaló allí una monumental retrospectiva en el espacio Schaulager. Esta vez es la Fundación Beyeler la que acoge sus obras en el edificio diseñado por Renzo Piano, en un formato más reducido: el recorrido, bastante apretado, presenta cincuenta y cinco fotografías, lo que ya es enorme para un artista que sólo ha realizado unas dos cien en más de cuarenta años de carrera.

Sobre todo, la exposición no es cronológica, sino que agrupa las obras en once salas según temas vagos (paisajes, figuras masculinas, interiores, etc.), y juega con la confrontación, mezclando imágenes de distintas épocas y técnicas de todo tipo: la Las famosas “lightboxes”, esas inmensas diapositivas colocadas en cajas de luz que marcaron la huella del artista en sus inicios, se codean con impresiones clásicas, plateadas o digitales.

En las salas chocan registros: paisajes urbanos de estilo documental de Vancouver (Canadá), de donde es originario, o sofisticadas puestas en escena -entre ellas algunas de sus fotografías más famosas, como la increíble Una repentina ráfaga de viento (1993), esta ráfaga de viento que perturba un paisaje y a los hombres que lo atraviesan, haciendo revolotear las hojas de papel, inspirada en el pintor japonés Hokusai. Pero también encontramos alegorías misteriosas, visiones extrañas que parecen ficción, con personajes escindidos o grotescos, así como escenas falsamente “normales”, que parecen sacadas de nuestra vida cotidiana. Como si el artista de repente desplegara toda su paleta, cambiando y brillando. “Quería una exposición más exuberante de lo habitual”confirma el fotógrafo, que, como en cada exposición, colaboró ​​firmemente en el ahorcamiento.

Promesas de la historia

Lo cierto es que, a cada paso, reconocemos el estilo de Jeff Wall: fotografías cautivadoras y llenas de enigmas, a la vez familiares y llenos de extrañeza, que plantean infinitas preguntas. ¿Qué hace este hombre en pijama, refugiado debajo de la mesa de la cocina, mirándonos, con cara de angustia, en Insomnio (1994)? Este hombre inquietante, que sostiene un objetivo invisible a punta de pistola (hombre con un rifle, 2000), y a quien sólo le falta su arma, ¿está ensayando una escena? Tantas imágenes que el artista ve como escenarios no realizados, promesas de historias que el espectador es libre de imaginar.

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