En Chile, en el sitio de construcción del telescopio más grande del mundo.


Un paisaje de cielo y piedra, turquesa y ocre. Así es Atacama, estribaciones de los Andes chilenos. Un desierto más seco y áspero que un ladrillo, donde casi nada crece excepto, hoy en día, campos de paneles solares, torres de alta tensión, fábricas gigantes para procesar litio u otros minerales…

Aquí, el actor principal es el viento, que levanta polvo rojo, gris o blanco, erosiona las montañas y las transforma en montículos desnudos de los que no fluye nada, salvo pedregal, ríos de piedras que cortan la ladera dejando cicatrices más claras. Un viento omnipresente que arranca obstinadamente los raros paneles publicitarios y sacude frenéticamente las bolsas de plástico negras crucificadas en las alambradas de púas.

Poco a poco, los últimos vestigios de la sociedad humana se vuelven más raros. “Magnífica desolación”dijo el astronauta estadounidense Buzz Aldrin al salir del módulo lunar para unirse a Neil Armstrong durante la misión Apolo-11, en julio de 1969. La frase se puede repetir aquí, aunque el paisaje recuerda más a Marte que a la Luna.

El camino se adentra monótonamente en el corazón del desierto y de repente, a lo lejos, aparece. Una cúpula calada, situada en la cima de una montaña como una cereza de acero sobre un enorme pastel. Visto así, a kilómetros de distancia, “lo encuentra pequeño, muy pequeño, diminuto”como dice el molesto personaje sobre la nariz de Cyrano.

Sin embargo, es todo lo contrario: ¡enorme, el ELT! Lo que también se refleja en su nombre: Extremely Large Telescope, el “telescopio extremadamente grande”, que se convertirá en el más imponente del mundo cuando el Observatorio Europeo Austral (ESO) lo ponga en servicio en 2028. Será el nuevo estándar de esta organización a la que Alemania, Reino Unido, Francia e Italia aportan más del 60% del presupuesto junto a otros doce países europeos, y a la que están asociados Australia y Chile.

Está surgiendo el ELT, un proyecto de 1.300 millones de euros. Un proyecto extraordinario cuya primera fase consistió en nivelar con explosivos la cumbre del Cerro Armazones, a 3.046 metros de altitud: se retiraron unos 220.000 metros cúbicos de roca para dar paso a una larga plataforma de hormigón. El esqueleto de la inmensa cúpula de 80 metros de altura, bajo la cual se sostendría la fachada de Notre-Dame de París pero que albergará el telescopio, ya está muy avanzado.

Un índice UV extremo, de 11

Cualquiera que quiera visitar el lugar debe tomar una serie de precauciones que van más allá de simples zapatos, cascos y chalecos fluorescentes. Al ser la atmósfera menos densa debido a la altitud, el índice UV puede llegar a extremos, hasta 11. Es necesario equiparse con guantes y gafas de sol adecuadas, sin olvidar extender la pantalla sobre la cara. Muchos trabajadores también llevan una bufanda para protegerse tanto de los rayos del sol como del viento, que puede superar fácilmente los 80 kilómetros por hora.

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