bajo el kitsch, la pedrería y las lentejuelas, el peso de la geopolítica


Por Anne-Françoise Hivert

Publicado el 06/05/2022 a las 01:03 – Actualizado el 07/05/2022 a las 08:41

Estocolmo, sábado 14 de mayo de 2016. Durante dos semanas, el Ericsson Globe, un polideportivo con forma de pelota de golf gigante, en el sur de la capital sueca, vibra al ritmo de Eurovisión. Por fin es hora de la final. Llegando de toda Europa, los fans esperan quedar asombrados. Estamos aquí en terreno conquistado: los suecos aman Eurovisión y lo asumen. Comenzando con la victoria de ABBA en Brighton en 1974 con Waterlooel reino escandinavo ha ganado seis veces el concurso creado en 1956. Cada año, Melodifestivalen, el programa de selección de candidatos nacionales, atrae fácilmente a 3 millones de espectadores en este país de 10 millones de habitantes.

A las 21 h, primeras notas del Te Deum H. 146 de Marc-Antoine Charpentier, compositor del siglo XVIIy siglo. Y vamos con un espectáculo de cuatro horas… De los 43 países inscritos, 20 llegaron a las semifinales. Seis se califican automáticamente: el Gran Cinco – Francia, Italia, Alemania, Reino Unido y España – así como el país anfitrión, Suecia, por lo tanto. Los artistas desfilan en el escenario. Según las normas establecidas por la Unión Europea de Radiodifusión (EBU), organizadora del concurso, cada actuación no debe superar los tres minutos.

Uno de los eventos no deportivos más vistos del mundo.

No falta nada: pedrería, lentejuelas, adornos en llamas… Pop, rock, folk: los géneros se mezclan. Algunos cantan en inglés, otros en su idioma. Con un vestido con volante azul claro, lazos en el pelo, la candidata alemana parece sacada de un manga, mientras que los rockeros chipriotas, en una jaula, flotan sobre una nube de humo. En una fascinante mise en abyme, los dos presentadores de la velada, Måns Zelmerlöw, ganador en 2015, y la humorista Petra Mede se embarcan en una frenética parodia, titulada Amor, Amor, Paz, Pazdonde se burlan de todos los defectos kitsch de Eurovisión, que sigue siendo uno de los eventos no deportivos más vistos del mundo, con 200 millones de espectadores.

Para el intermedio, los suecos hicieron un gran revuelo: Justin Timberlake viajó a Estocolmo, donde realizó el estreno mundial de su nuevo éxito, ¡No puedo detener el sentimiento!, coescrito con los compositores suecos Max Martin y Shellback. La estrella americana aporta un toque de glamour y modernidad. Casi olvidaríamos las polémicas diplomáticas que se suceden desde hace semanas: un caso de banderas prohibidas, una pancarta enarbolada por un candidato muy asertivo, una canción que enfurece a Rusia…

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