ReportajeLos civiles que han logrado salir de la ciudad portuaria situada en el Mar de Azov y son atendidos en Zaporijia quedarán marcados por la violencia que han vivido y por la proximidad de la muerte.
Nadiejda acaba de bajarse de un coche frente al centro de acogida habilitado en la entrada sur de la ciudad de Zaporijia para gestionar la llegada de refugiados de Mariupol, ciudad ucraniana a orillas del mar de Azov, martirizada por la guerra desde el ataque ruso. Frente al personal médico, ella lo arenga. No hay ira en su voz, solo un instinto de supervivencia que la hace levantar la voz más de lo que quiere. Hablar en voz alta para tratar, en vano, de alejar un miedo que se ha arraigado en ella. Como si el terror no hubiera cesado cuando salió de Mariupol y que no hubiera terminado con la lluvia de obuses que no paró de caer sobre su ciudad durante un mes. Un vendaje ensangrentado que necesita ser cambiado cubre parte de su frente.
Alojada con su marido, su hija y su yerno en su casa del distrito de Primorsky, cerca del puerto, aún en poder de los ucranianos, intentó salir a pie y en bicicleta. “Tuvimos que rendirnos por los bombardeos. Bajamos cada vez menos al sótano. Pero, el viernes, un proyectil golpeó el techo. Ahí me lesioné, en el cráneo y en la mano. »
Por suerte, el coche, que no resultó chocado, les permitió huir el sábado 2 de abril hacia Mangoush, a unos veinte kilómetros al oeste. Con un nuevo vendaje en la frente, Nadiejda de repente ralentiza su flujo de palabras. Luego hunde sus ojos infinitamente tristes en los de su interlocutor: “Me sentí bien en este país, en mi vida, en mi trabajo, en mi casa, y ahí empezó todo. »
“El miedo es palpable”
Este sábado, en este centro siempre lleno, el horror vivido en Mariupol se puede leer en los ojos de todos los que acaban de salir de este infierno de fuego, sin agua, luz, gas ni teléfono. Niños, jóvenes, adultos, madres, ancianos, hombres curtidos, nadie parece escapar. Como si una lejanía implacable se hubiera congelado en una mirada que mira pero que sentimos claramente ve, en el mismo instante, otras imágenes de violencias sin nombre desfilando. Vemos la misma realidad cada vez. Estos habitantes de Mariupol ya no son rehenes de una ciudad destruida, pero sus mentes quedarán marcadas para siempre por esta experiencia entre la vida y la muerte.
“Cerca de dos mil personas llegaron en colectivo anoche y esta mañana, y cerca de cuatrocientos autos particulares siguen atascados en la ruta en retenes a 50 kilómetros de aquí”, explica Vadislaw Moroko, que gestiona el flujo de personas desplazadas de Mariupol y sus alrededores para la administración militar regional. Los convoyes, que llegaron a Zaporijia el sábado, tuvieron que pasar doce puestos de control atendidos por los rusos, que aumentan los vejatorios registros. Pero, por una vez, Vadislaw no envió sus autobuses a Berdyansk por nada. Los habitantes de Mariupol habían podido salir y llegar a esta ciudad.
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