Tu molde nos interesa


Un experimento científico tan interesante como intrigante esta mañana, liderado por la Universidad de Bretaña Occidental, en Brest. Un proyecto al que todo el mundo está invitado a sumarse. Es un poco asqueroso, pero es para la ciencia: una colección de moho de comida.

Escuche, no todos los días tendrá la oportunidad de avanzar en el conocimiento abriendo su armario para rastrear cosas mohosas. Un trozo de queso viejo y cubierto de musgo, una naranja azul, un pastel lleno de hilos sospechosos. Perfecto, sobre todo, no tirar.

Es el diario 20 minutos el que dice: La Universidad de Bretaña Occidental se ha embarcado en un proyecto que lleva mal su nombre, ya que se llama Mynion.

Los investigadores quieren «llenar el vacío científico del moho» recolectando al menos 500 muestras de moho, gracias a usted. Tienes que registrarte, responder un cuestionario. Recibimos un kit de recolección y lo enviamos al laboratorio.

¿Qué van a hacer con todo este moho, los científicos bretones?

Lo estudiarán durante 4 años. Distinguiendo los mohos unos de otros, hay miles de tipos, desde aspergilus hasta penicilium y botrytis.

Los investigadores quieren entender cómo se propagan estos hongos microscópicos, qué alimentos atacan, qué efectos producen en los alimentos.

Algunos se usan a propósito, como los moldes de queso, otros son de riesgo porque producen micotoxinas.

¿Servirá este trabajo para algo, concretamente?

Varias cosas. En primer lugar, informar al público en general sobre la peligrosidad de algunos de estos mohos y la inocuidad de otros.

Luego, reduzca el desperdicio de alimentos evitando que los consumidores tiren sistemáticamente los alimentos mohosos. Por tanto, estableceremos recomendaciones sencillas: ¿Podemos comerlos? ¿Qué se debe cortar? ¿Y cuándo es absolutamente necesario tirar todo?

Detrás del trabajo de esta universidad bretona, hay todo un sector emergente de la ciencia que se interesa por la biodiversidad de los microorganismos.

Ahí estamos hablando de moho, pero va más allá. Francia acaba de lanzar un programa de investigación de cien millones de euros, denominado «Fermentos del futuro».

Queremos conocer millones de bacterias, mohos, levaduras, que dan a los alimentos sabor, textura, acidez, vida útil.

Sabemos que están ahí, los usamos intuitivamente; les debemos los agujeros del pan, la textura de los yogures, el sabor de la cerveza, la conservación de los embutidos, pero los conocemos mal.

Y eso abre caminos fascinantes.

Intentaremos domesticar bacterias para aprovechar sus propiedades. Solo o en combinación.

Las aplicaciones sin duda serán muy variadas. Podemos imaginar quesos vegetales muy consistentes, productos que, gracias a los aromas naturales que aportan las bacterias, ya no necesitarán sal ni azúcar. También será posible hacer más digeribles las proteínas vegetales.

Será de interés cambiar las dietas.

También podemos imaginar alimentos que se conservarán mejor, sin conservantes artificiales.

Y luego hay todo un componente para la salud… Esta microbiodiversidad también interactúa con nuestra microbiota, nuestro paisaje bacteriano personal, que es tan único como el ADN. Podríamos, gracias a los alimentos hechos a medida, prevenir enfermedades, mejorar el metabolismo.

Nos llevó lejos, nuestra historia de moho… Nunca volverás a mirar los guisantes sobrantes que quedan en el refrigerador de la misma manera.

Incluso puedes pretender que es por amor a la ciencia que lo dejas pudrirse.



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