Parte del problema con «Blood and Honey» fue el hecho de que Rhys Frake-Waterfield tuvo que tener mucho cuidado con lo que incluía. En ese momento, sólo la primera historia de Winnie-the-Pooh de 1926 había pasado a ser de dominio público. Como tal, el escritor/director tuvo que asegurarse de no utilizar muchas de las características más establecidas de la serie, como la camisa roja de Pooh o el personaje de Tigger. De hecho, el primer borrador de «Blood and Honey» no se pudo filmar debido a que Frake-Waterfield había incorporado demasiados elementos que permanecían bajo protección de derechos de autor.
Al final, «Blood and Honey» llegó con un Pooh y Piglet lo suficientemente alejados de las versiones protegidas por derechos de autor de los personajes que Frake-Waterfield escapó de cualquier demanda. Pero eso no significaba necesariamente que su película fuera buena. En la película, Pooh y sus secuaces son asesinos dementes del tipo Michael Myers, empeñados en vengarse después de haber sido abandonados por Christopher Robin en el bosque de 100 acres (el pobre y viejo Eeyore fue, desafortunadamente, canibalizado en el proceso). Pero la película carecía de una trama real, personajes desarrollados o incluso diseños de maquillaje y vestuario convincentes. Básicamente, Pooh y Piglet parecían hombres grandes con máscaras mal diseñadas, y lo eran.
Todo esto sumó una puntuación deprimente del 3% en Rotten Tomatoes (junto con una puntuación de audiencia del 50%). Ahora, ha llegado la secuela, con Frake-Waterfield decidido a no permitir que las malas críticas impidan que se actualice su visión retorcida del universo de AA Milne. En un giro sorprendente de los acontecimientos, «Blood and Honey 2» no solo ha mejorado las críticas de su predecesor, sino que al momento de escribir este artículo tiene una puntuación perfecta de 100% en Rotten Tomatoes.