«Nunca imaginé encontrarme durmiendo en la calle a los 18»


La primera vez que dormí en la calle fue en octubre de 2022, Gare du Nord, en París. Sin embargo, acababa de encontrar formación y trabajo en un proyecto de integración. Dormí a la intemperie durante una semana y media, los diez peores días de mi vida, antes de que la asociación La mie de pain me encontrara un lugar en su refugio en el 13mi distrito de París, donde sigo estando hoy. Nunca hubiera imaginado encontrarme durmiendo en la calle a los 18 años.

A la edad de 2 años, fui colocado en una familia de acogida por los servicios de bienestar infantil (ASE). Mi padre no tenía hogar y mi madre no podía cuidar a los niños debido a su salud.

Pero en esta desgracia, tuve la suerte de ser colocado en una familia adoptiva con mis dos hermanos. Pude crecer con ellos, en la Sarthe. Llegué a esta familia siendo un bebé. La señora y el señor que nos atendieron los llamamos «mamá» y «papá». Casi había olvidado que era su “trabajo” darnos la bienvenida.

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Esta juventud «casi como las demás» terminó repentinamente en 2021 cuando esta «madre» enfermó gravemente y, por lo tanto, mi familia anfitriona ya no pudo mantenernos. Aún sin cumplir 18 años en ese momento, la ASE me colocó en una familia de “relevos” bastante lejos de mi casa, mientras mis hermanos, adultos, lograron establecerse por su cuenta y robar de sus propias alas. Tuve una muy mala experiencia al cortar los lazos con todos de esta manera. Quince años después, fue como un segundo abandono… Hice tres familias de acogida en unos meses: como la impresión de ser una parcela.

“Sentí que ya no era nadie”

Mi vida también estalló en cuanto a formación: abandoné el CAP de albañilería en el que me había inscrito, y me encontré en un establecimiento de inserción en el empleo (Epide), de inspiración militar. Duré seis meses antes de que me despidieran, al cumplir 18 años, por mi comportamiento y mi nivel.

Al no tener un proyecto profesional definido, no pude beneficiarme del “contrato joven adulto” de la ASE que permitía extender la asistencia social más allá de la mayoría de edad, ni una plaza en un hogar para jóvenes trabajadores. Sobre el papel era un adulto, responsable de mi vida y de mis actos, cuando sentía más que nunca que no era nadie. Después de dos meses en un hotel 115 pagado por la ASE, me encontré en la calle, para disgusto de mis educadores que me habían seguido desde muy joven.

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