“Toda mi vida, soñé con mi madre”


El sociólogo y filósofo Edgar Morin, director de investigación emérito del CNRS y doctor honoris causa en numerosas universidades del mundo, acaba de publicar despertemos (Denoel, 80 páginas, 12 euros). En 101, el teórico de la complejidad repasa un siglo de vida, atravesado por la guerra y la resistencia, el comunismo, la fraternidad y el amor, la investigación y la escritura, pero también la muerte, vivida como un niño, d una madre infinitamente amada.

No hubiera venido aquí si…

…mi madre, a quien adoraba, no había muerto cuando yo tenía 10 años. Su corazón se detuvo en un tren que llegaba a Gare Saint-Lazare y no me lo dijeron. Mi tío Joseph vino a buscarme a la escuela y me explicó que mis padres se habían ido para recibir tratamiento. El día del entierro vino a verme mi padre vestido completamente de negro. Cuando lo vi, lo entendí. Me volvió a decir que mi madre se había ido de viaje. Sabía que era mentira y me encerré en el armario a llorar. Entonces, mi tía Corine, hermana de mi madre, me dijo: “De ahora en adelante soy tu mamá. Lo cual me pareció una usurpación. Viví no solo la muerte de mi madre, sino también la ruptura con los seres que amaba, mi padre y mi tía. Era la soledad absoluta.

¿Qué recuerdos tienes de tu madre?

Tenía una lesión en el corazón y no debería tener hijos. Trató de abortarme, pero aguanté. Yo era hijo único. Mi madre estaba más unida a mí porque no podía tener otros hijos. De ella guardo un recuerdo intenso y vago. Me llevaba al salón de té de las Galerías Lafayette oa su costurera para que me hicieran vestiditos marineros. No quería ir a la escuela, pero quedarme con ella. Una vez, durante una excursión cerca del lago de Gérardmer, en los Vosgos, se desmayó. Recuerdo mi pánico. Pero olvidé el sonido de su voz. El nombre de mi madre era Luna. Durante mucho tiempo la identifiqué con la luna, con la diosa Astarté a la que reza Salammbô, y en cada plenilunio la adoraba. Incluso hoy, en momentos de tristeza, su memoria vuelve. De su muerte, nunca me recuperé. Y, toda mi vida, soñé con ella.

¿Qué decían estos sueños?

Recuerdo uno de ellos, muy fuerte, en 1969. Vivía en California, donde me había invitado el Instituto Salk. Había invitado a mi padre ya mi tía a que se unieran a mí, él había terminado casándose con ella, después de la muerte de mi tío Joseph, deportado a Auschwitz. El día antes de que lleguen, sueño que estoy al pie de una colina y que en lo alto aparece un autobús. Docenas de personas salen y caminan hacia mí. De repente, entre ellos, veo a mi madre. Corremos el uno hacia el otro y nos besamos. Entonces ella me dijo: “No puedo quedarme, tengo que tomar el tren. Me despierto llorando. Pero, inmediatamente después, me siento aliviado porque finalmente pude despedirme de él.

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