Según admite Denver, parece que «en algún momento del primer año íbamos a hacer que un carguero se hundiera frente a la isla para poder bajar y conseguir todo lo que necesitáramos y no recuperarlo de la nada».
Es fácil imaginar las escenas requeridas: Denver y sus compañeros de reparto sumergiéndose bajo el agua y emergiendo con suministros hundidos que podrían utilizar para sobrevivir. O, diablos, ni siquiera necesariamente se necesitarían escenas submarinas. Los suministros podrían simplemente flotar hasta la superficie y ser arrastrados a la playa según lo requirieran los inventos de la trama. ¿Necesitan productos de belleza? Cargador. ¿Un paraguas? Cargador. ¿Un montón de gasas del 45? Diablos, esos también estaban en el carguero.
Lamentablemente, esa idea fue abandonada y la ilógica triunfó. Denver incluso recuerda que él y sus compañeros de reparto abordaron la extraña tendencia de que Gilligan y los náufragos de repente tuvieran suministros en la isla como lo justificaba la trama… y luego lo ignoraran rotundamente. En su opinión, si se mantenía al público desequilibrado, la comedia sería más fuerte. Denver recordó:
«Todos nos miramos y dijimos: ‘¡No, que se pregunten!’ En ese punto se convierte en fantasía. O lo compras o no. Nadie me pregunta cómo es que podía volar hasta que el capitán me señaló que no podía».
Se podría recordar que «La isla de Gilligan» operaba según la lógica de las caricaturas. Después de todo, esta fue una serie que generó una película en la que los Harlem Globetrotters llegaron a la isla desierta para jugar un partido de baloncesto con un equipo de robots. En un mundo como ese, poco importa de dónde sacaron Gilligan y los náufragos los disfraces para montar una versión musical de «Hamlet». Obtuvieron sus disfraces del mismo lugar donde Bugs Bunny consigue yunques.
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