Este concurso pone a prueba las teorías de la conciencia. Esto es lo que realmente demostró


la versión original de esta historia apareció en Revista Quanta.

La ciencia plantea rutinariamente teorías y luego las bombardea con datos hasta que sólo queda una en pie. En la incipiente ciencia de la conciencia aún no ha surgido una teoría dominante. Más de 20 todavía se toman en serio.

No es por falta de datos. Desde que Francis Crick, el codescubridor de la doble hélice del ADN, legitimó la conciencia como tema de estudio hace más de tres décadas, los investigadores han utilizado una variedad de tecnologías avanzadas para sondear los cerebros de los sujetos de prueba, rastreando las firmas de la actividad neuronal que podrían reflejar conciencia. La avalancha de datos resultante ya debería haber aplanado al menos las teorías más endebles.

Hace cinco años, la Templeton World Charity Foundation inició una serie de “colaboraciones adversas” para lograr que comenzara la atrasada limpieza. En junio pasado se vieron los resultados de la primera de estas colaboraciones, que enfrentó dos teorías de alto perfil: la teoría del espacio de trabajo neuronal global (GNWT) y la teoría de la información integrada (IIT). Ninguno de los dos resultó ganador absoluto.

Los resultados, anunciados como el resultado de un evento deportivo en la 26ª reunión de la Asociación para el Estudio Científico de la Conciencia (ASSC) en la ciudad de Nueva York, también sirvieron para resolver una apuesta de 25 años entre el antiguo colaborador de Crick, el neurocientífico Christof Koch, del Instituto Allen de Ciencias del Cerebro, y el filósofo David Chalmers, de la Universidad de Nueva York, quienes acuñaron el término “el problema difícil” para desafiar la presunción de que podemos explicar el sentimiento subjetivo de la conciencia analizando los circuitos del cerebro.

En el escenario del Skirball Center de la Universidad de Nueva York, tras interludios de música rock, una actuación de rap sobre la conciencia y la presentación de los resultados, el neurocientífico aceptó la apuesta del filósofo: los correlatos neuronales de la conciencia aún no habían sido definidos.

Sin embargo, Koch proclamó: «Es una victoria para la ciencia».

¿Pero lo fue? El evento ha recibido críticas mixtas. Algunos investigadores señalan que no se han podido probar de manera significativa las diferencias entre las dos teorías. Otros destacan el éxito del proyecto a la hora de impulsar la ciencia de la conciencia, tanto al ofrecer conjuntos de datos grandes, novedosos y hábilmente ejecutados como al inspirar a otros concursantes a participar en sus propias colaboraciones adversas.

Los correlatos de la conciencia

Cuando Crick y Koch publicaron su histórico artículo “Hacia una teoría neurobiológica de la conciencia” en 1990, su objetivo era colocar la conciencia (durante 2.000 años el terreno de los filósofos) sobre una base científica. Sostuvieron que la conciencia en su totalidad era un concepto demasiado amplio y controvertido para servir como punto de partida.

En cambio, se centraron en un aspecto científicamente tratable: la percepción visual, que implica volverse consciente de ver, por ejemplo, el color rojo. El objetivo científico era encontrar los circuitos que se correlacionaban con esa experiencia o, como ellos decían, los «correlatos neuronales de la conciencia».

Descifrar las primeras etapas de la percepción visual ya había demostrado ser un terreno fértil para la ciencia. Los patrones de luz que inciden sobre la retina envían señales a la corteza visual en la parte posterior del cerebro. Allí, más de 12 módulos neuronales distintos procesan las señales correspondientes a los bordes, el color y el movimiento de las imágenes. Sus resultados se combinan para construir una imagen dinámica final de lo que vemos conscientemente.

Lo que confirmó la utilidad de la percepción visual para Crick y Koch fue que el último eslabón de esa cadena (la conciencia) podía separarse del resto. Desde la década de 1970, los neurocientíficos conocen personas con “visión ciega”, que no tienen experiencia visual debido a un daño cerebral pero que pueden navegar por una habitación sin chocar con obstáculos. Si bien conservan la capacidad de procesar una imagen, les falta la capacidad de ser conscientes de ella.



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