ME indignó escuchar a un comentarista observar que la sentencia de 42 años tras las rejas dictada contra el criminal de carrera de 34 años, Thomas Cashman, por el asesinato de Olivia Korbell-Pratt, de nueve años, era «Justicia para Olivia».
Olivia, su familia y amigos devastados solo habrían recibido justicia si su asesino hubiera sido condenado a columpiarse por el cuello al final de una cuerda.
Tal como están las cosas, Cashman pasará los próximos 42 años (o al menos hasta que sea liberado antes de tiempo por un panel de bienhechores liberales y con corazones sangrantes en una junta de libertad condicional) en una prisión razonablemente cómoda, bien alimentado y cuidado con acceso a TV, teléfono móvil y otras comodidades.
No se preocupe por las facturas de energía o el aumento de los precios para él. Como todos los presos, saltará las colas de espera del NHS porque las autoridades quieren evitar exponerse a cargos por no cumplir con su «deber de cuidado». Con todo, este malvado monstruo, que no ha mostrado ni una pizca de remordimiento por su crimen, tendrá una vida mucho mejor que decenas de miles de los más pobres entre nosotros.
Pero lo que realmente debe echar sal en la herida para la familia y los amigos de Olivia, será el conocimiento de que una proporción de las 70.000 libras esterlinas al año que cuesta mantener a Cashman encerrado provendrá de los impuestos pagados por ellos.
Cada vez que Cashman respira es un insulto a la memoria de Olivia y a su familia, cuyas vidas se han visto arruinadas para siempre por el insensible asesinato a tiros de su hijo.
¿Qué tal un referéndum sobre si se debe restablecer o no la pena de muerte para los delitos más atroces?
ROBERT READMAN
Avenida Norwich Oeste, Bournemouth